Voluntarios para morir
Basado en un hecho histórico que conmocionó a España y en el relato que del mismo hiciera en su día el escritor Arturo Pérez-Reverte, el famoso y acreditado pintor Ferrer Dalmau no ha mucho que ha finalizado un cuadro homenaje a La Legión Española con motivo del centenario de su fundación, en febrero de 1920, a la que ya felicitó.
La monumental obra es un impresionante 'retrato' de 1,80 x 1,40 metros de la gesta del
'Blocao de la Muerte', poco después del Desastre de Annual (septiembre de 1921).
Se trata, como es habitual en el artista barcelonés, de una composición grupal en la que pueden verse a varios soldados, caballeros legionarios españoles, defendiendo una posición, un blocao (blocao es un término alemán para definir una pequeña fortificación de madera y sacos terreros, reforzados en ocasiones con piedras tomadas del mismo terreno y alambradas).
Bueno y por qué traigo a este Foro de Armas Blancas este cuadro y la historia que tiene detrás, pues porque esos legionarios y los infantes a los que auxiliaron, defendieron el blocao con sus fusiles y cuando se quedaron sin munición, con esos mismos fusiles armados
con sus cuchillos bayonetas o directamente con ellas en la mano, y porque al final, los supervivientes al fuego del cañón rifeño y de las balas fueron “
pasados a cuchillo”.
Pero volvamos al cuadro. Tal y como ha declarado el pintor, la idea era seleccionar alguna de las grandes gestas protagonizadas por la Legión en su historia, para, a través de un cuadro, homenajearla en su centenario, "
pero son tantas que tampoco era tarea sencilla". Al final recurrió a su amigo Arturo Pérez-Reverte, quien le rescató un antiguo artículo sobre el episodio del "blocao de la muerte" que le terminó de convencer.
Cito, a continuación, las palabras con las que el escritor, que conoce bien a los legionarios con los que estuvo en el Sahara y posteriormente en Bosnia, (donde le conocí en 1993) narra lo ocurrido en el blocao al que llamaban ‘El Malo’. El ‘blocao’ de Dar Hamed, situado en la ladera del monte Gurugú, constituía para ambos bandos un enclave de gran valor táctico. De hecho, este ‘blocao’ al que llamaba ‘El Malo’ (por el riesgo que corrían sus ocupantes y las lamentables condiciones de vida que estaban obligados a aguantar), era vital en la defensa de la ciudad de Melilla y en el control de la carretera que llegaba de Nador) y que a partir de lo narrado pasó a llamarse "blocao de la muerte":
“Pocos hechos reflejan lo que acabo de decir como el llamado Blocao Malo o de la Muerte, próximo al monte Gurugú, que para los legionarios sigue siendo norma de conducta y ejemplo que mencionan con orgullo. Sucedió en Marruecos en 1921. Guarnecido por tropas disciplinarias –veinte hombres enviados como castigo al lugar más peligroso–, fue atacado por una enorme masa de enemigos rifeños. Al enterarse de que la guarnición estaba a punto de sucumbir, el jefe de la unidad más cercana, que era de la Legión, pidió permiso para socorrerla. Se le denegó por el riesgo de que perecieran todos; y entonces el oficial, avergonzado por dejar sin ayuda a los del blocao, pidió a su gente voluntarios para morir. La unidad completa dio un paso al frente, y de ella se eligió a los que no tenían mujer e hijos o dijeron no tenerlos: un cabo y catorce legionarios. Y de noche, caladas las bayonetas, los quince hombres emprendieron la marcha, cruzaron las alambradas, atravesaron luchando cuerpo a cuerpo la masa de atacantes enemigos y entraron en el blocao llevando con ellos a dos compañeros heridos en el exterior, cuando los defensores, casi todos muertos o heridos, estaban a punto de sucumbir.
Resueltos a tomar el reducto, los rifeños mandaron oleada tras oleada de atacantes, apoyados por el fuego de un cañón. Pelearon los legionarios a oscuras, sólo iluminados por los fogonazos de los disparos y el resplandor de las bombas de mano. Lucharon como fieras, cayendo uno tras otro. Y a las dos de la madrugada, sin municiones y mientras los supervivientes calaban bayonetas para encarar el último asalto, el cabo ordenó a dos de ellos abrirse paso para pedir refuerzos o, al menos, informar de lo ocurrido. Después los atacantes penetraron en el reducto, y los últimos supervivientes, tras defenderse al arma blanca, fueron pasados a cuchillo. Y cuando a la mañana siguiente llegaron al fin sus compañeros a socorrerlos (A la voz de «a mí La legión» acudirán todos, y con razón sin ella socorrerán al compañero en peligro, decía entonces el código del Tercio) allí sólo había legionarios muertos, rodeados de docenas de cadáveres enemigos.
Ésa es la antigua historia que todavía los legionarios cuentan con veneración. No son ya, por fortuna, tiempos de blocaos de la muerte, ni de aventureros o desesperados que se alistaban en la Legión para escapar a la desgracia o la Justicia, ganándose con sangre un nombre nuevo y una vida distinta. Pero ahí permanecen: diferentes, eficaces, modernos profesionales integrados en el tiempo y la España que les ha tocado vivir. Voluntarios con nuevos y nobles desafíos: misiones vinculadas al humanitarismo y la paz. Y creo que es bueno que sigan ahí, con su orgullo y su lealtad. Con su centenaria memoria. Porque, aunque nos esforcemos en ocultarlo, u olvidarlo, la vida, que tiene sus propias reglas, de vez en cuando exige a ciertos seres humanos que sepan morir sin protestar, con decoro y sencillez, como es debido. Y ellos saben”.
Arturo Pérez-Reverte, 9 de febrero de 2020.
El militar riojano, que mandó la misión suicida de refuerzo y acabó mandando el blocao tras la muerte del teniente Fernández Ferrer, cuando los rifeños recrudecieron su ofensiva durante la noche, noche en la que resistieron aquellos hombres, ya con varios muertos y heridos entre ellos, las acometidas de los rifeños por los cuatro costados del blocao, hasta que sobre las tres y media, tras fuego directo de cañón e incendio del blocao, los marroquís consiguieron tomar la posición y pasaron a cuchillo a los últimos supervivientes, entregó su vida con tan sólo 28 años y está enterrado en el Panteón de Héroes, osario de tropa, en el cementerio de Melilla...
Era el Cabo Caballero Legionario Suceso Terrero López.
Y este es su certificado de defunción, en el que consta que falleció a consecuencia de las heridas recibidas del enemigo.
Estos legionarios “voluntarios para morir” no hicieron más que cumplir con su “Credo”, el Credo Legionario que les dio su fundador, el Teniente Coronel D. José Millán Astray y Terreros, inspirándose en el Bushido “camino del guerrero” de los antiguos samuráis que él había traducido al castellano y que como éste, verdadero decálogo del “espíritu legionario”, habla de valor y de muerte, pero también de amistad, compañerismo, unión y socorro, etc…
De sus “espíritus” y por su relación con el hecho de armas que he relatado voy a referirme a los siguientes:
El espíritu del legionario: Es único y sin igual; es de ciega y feroz acometividad, de buscar siempre acortar la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta.
El espíritu de la muerte: El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.
El espíritu de unión y socorro: A la voz de ¡A mí La Legión! Sea dónde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella,
defenderán al legionario que pida auxilio.
Y el que para mí resume todos.
El espíritu de disciplina: Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir.
Muestro, a continuación, una serie de fotos de esas fechas en las que se ven acciones similares de defensa de posiciones y blocaos:
Vamos a fijarnos, ahora, un poco más en la uniformidad de esos primeros Caballeros Legionarios.
Estas dos figuras, tomadas del libro “La Legión, 75 años de uniformes legionarios”, nos muestran el característico aspecto de los legionarios de los primeros tiempos, en este caso de un cabo, con la uniformidad de verano. (La de la “cantinera” está basada en una fotografía de la famosa cantinera del Tercio Juana Mirá).
Lleva el sombrero chambergo de lona pespunteada, muy cómodo en campaña y que poco a poco fue adoptándose por todas las fuerzas de África (algo parecido ocurrió muchos años más tarde con el chambergo que actualmente utilizan todas las Fuerzas Armadas españolas que empezó siendo usado en la Xª Bandera del 4º Tercio) y que terminó siendo reglamentario en 1926 para el uniforme de verano incluso en la península.
La camisa es la de kaki verde, con los cuellos de deporte, que todavía no llevaba las hombreras con el emblema que aparecen en 1926. Fue de los legionarios la iniciativa que se aceptó, con contento por todos, de sacar por fuera de la guerrera el cuello de la camisa y dar así solución a dos problemas: la comodidad y la limpieza.
Las botas de lona blanca, similares a las empleadas por los regulares, fueron reemplazando a las sandalias y acabaron por imponerse, llegando a ser inseparables de la mítica figura del legionario.
El correaje es el inglés de lona, tipo “Mills”, que como curiosidad fueron comprados en Gibraltar.
Colgando del correaje, y ya nos vamos aproximando a nuestro tema: las armas blancas, vemos en el costado izquierdo su cuchillo bayoneta en su funda de cuero con refuerzos metálicos. Pero…
¿Qué cuchillo bayoneta usaban los legionarios en esa época?